Queridos amigos, queridísimas amigas:
Por una suerte que no me merezco, tengo hijos a tal punto intensos que he comenzado a prescindir de otros amigos para consagrarme a gozar de su amistad filial y de los amigos que los rodean, como los músicos de Quimbando.
Mauricio Canedo me dijo ayer por teléfono que sería un honor para los músicos de Quimbando que yo presentara Apaguen la luz, su disco reciente. Agradecí el cumplido pero quisiera justificar hoy por qué lo siento al revés: que es más bien para mí un honor presentar este disco y a estos jóvenes músicos.
Hace tanto tiempo que sigo la carrera de ellos que los siento mis amigos de la infancia, de su infancia, y a uno de ellos, mi amigo de nacimiento, de su nacimiento, pues me honra con la amistad y el parentesco hace 18 años.
Con él tenemos un territorio común, un par de habitaciones que se han convertido en taller donde mi cuate de nacimiento hace sus prácticas musicales. Este es también un acto de gratitud a él, porque en todo momento ha tenido la delicadeza de llevar al taller músicos y amigos excepcionales, unos de su edad y otros mayores, pero todos ciudadanos de la república de las artes. Estos amigos invaden el taller a veces en cuerpo presente, a veces virtualmente, pero están allí en la música en vivo o grabada, en el chat, en los correos electrónicos y en los blogs de nuestra computadora común.
Los amigos más recientes son los músicos de Quimbando, de modo que me sé sus temas al derecho y al revés. A ellos quiero decirles que es un honor para la familia tenerlos en casa y saber que nuestro hermano menor, mi hijo, comparte hoy este momento musical, porque la influencia de Quimbando será muy beneficiosa para un músico joven que se resistió a hacer la premilitar porque ya estaba enrolado en el servicio musical obligatorio.
Me interesa mucho el trabajo de este disco porque es el testimonio de un cambio de mentalidad, de una aproximación a la realidad, sobre todo para nuestra clase media que es ajena o francamente hostil al proceso de cambio que actualmente vivimos. Se nos vino la historia encima como sólo sabe hacerlo ella, de una vez y definitivamente, sin vuelta que darle porque nunca volverá atrás, y nos sentimos tan incómodos que nos creemos las víctimas. Nos han criado educaditos, urbanos, políticamente correctos, de buenos modales, cariñosos con nuestras tías, apenas culpables de joditas leves y de uno que otro pecadillo que la familia se encarga de arreglar, y entonces nos espanta la falta de modales, la magnitud y las dramáticas vueltas de este proceso, pero no tenemos el impulso ni la generosidad para comprenderlo.
Quisiéramos irnos lejos, a países vecinos o al fondo de nosotros mismos para romper todo contacto con la realidad. Apaguen la luz porque hay algo que nos llama y es el tiempo insurgente que transcurre afuera como la venida de un río furioso. Quisiéramos practicar, como siempre, la piedad corta, la contemplación exclusiva y excluyente de nuestros ombligos, pero jamás la piedad larga, la que se interesa por los otros, por el pueblo anónimo, por los actores de la tragedia verdadera, por ese algo que nos llama exigiéndonos que encontremos el pasadizo a ese otro mundo que quisiéramos volverlo ajeno.
Como dice Quimbando, somos el río detenido de nuestra memoria fragmentada. Afuera está el olor de la patria escondida.
Quimbando ha transitado hasta hoy varios caminos: un folklore armónicamente novedoso, una bossa nova precisa y perfecta, un poema musical como ese Detalle de un dibujo infantil que quisiera escuchar en la cuna de mi tercera infancia, una fusión de funk y jazz y trova en una propuesta musical madura en el mejor de los sentidos, es decir, de paladar abierto y capaz de disfrutar de todos los sabores musicales. Pero la excelencia musical de Quimbando se complementa en este álbum con la superación de una neurosis, la neurosis de creer que somos un país moderno y capitalista, y una democracia americana, suiza o inglesa, cuando entre nosotros conviven todos los tiempos, y cuando nosotros mismos reconocemos en nuestra conducta diaria pulsiones prerracionales, premodernas, precapitalistas, prehispánicas y muchos otros pre. Esos pre que nos devuelven la conciencia de pertenecer a un país extremadamente diverso y vital en busca de un futuro luminoso, que no está a la vuelta de la esquina, pero cada día estará más próximo si nos reconocemos como realmente somos.
Me despido con una frase nunca más apropiada: ¡Buenas gracias y muchas noches
Ramón Rocha
Por una suerte que no me merezco, tengo hijos a tal punto intensos que he comenzado a prescindir de otros amigos para consagrarme a gozar de su amistad filial y de los amigos que los rodean, como los músicos de Quimbando.
Mauricio Canedo me dijo ayer por teléfono que sería un honor para los músicos de Quimbando que yo presentara Apaguen la luz, su disco reciente. Agradecí el cumplido pero quisiera justificar hoy por qué lo siento al revés: que es más bien para mí un honor presentar este disco y a estos jóvenes músicos.
Hace tanto tiempo que sigo la carrera de ellos que los siento mis amigos de la infancia, de su infancia, y a uno de ellos, mi amigo de nacimiento, de su nacimiento, pues me honra con la amistad y el parentesco hace 18 años.
Con él tenemos un territorio común, un par de habitaciones que se han convertido en taller donde mi cuate de nacimiento hace sus prácticas musicales. Este es también un acto de gratitud a él, porque en todo momento ha tenido la delicadeza de llevar al taller músicos y amigos excepcionales, unos de su edad y otros mayores, pero todos ciudadanos de la república de las artes. Estos amigos invaden el taller a veces en cuerpo presente, a veces virtualmente, pero están allí en la música en vivo o grabada, en el chat, en los correos electrónicos y en los blogs de nuestra computadora común.
Los amigos más recientes son los músicos de Quimbando, de modo que me sé sus temas al derecho y al revés. A ellos quiero decirles que es un honor para la familia tenerlos en casa y saber que nuestro hermano menor, mi hijo, comparte hoy este momento musical, porque la influencia de Quimbando será muy beneficiosa para un músico joven que se resistió a hacer la premilitar porque ya estaba enrolado en el servicio musical obligatorio.
Me interesa mucho el trabajo de este disco porque es el testimonio de un cambio de mentalidad, de una aproximación a la realidad, sobre todo para nuestra clase media que es ajena o francamente hostil al proceso de cambio que actualmente vivimos. Se nos vino la historia encima como sólo sabe hacerlo ella, de una vez y definitivamente, sin vuelta que darle porque nunca volverá atrás, y nos sentimos tan incómodos que nos creemos las víctimas. Nos han criado educaditos, urbanos, políticamente correctos, de buenos modales, cariñosos con nuestras tías, apenas culpables de joditas leves y de uno que otro pecadillo que la familia se encarga de arreglar, y entonces nos espanta la falta de modales, la magnitud y las dramáticas vueltas de este proceso, pero no tenemos el impulso ni la generosidad para comprenderlo.
Quisiéramos irnos lejos, a países vecinos o al fondo de nosotros mismos para romper todo contacto con la realidad. Apaguen la luz porque hay algo que nos llama y es el tiempo insurgente que transcurre afuera como la venida de un río furioso. Quisiéramos practicar, como siempre, la piedad corta, la contemplación exclusiva y excluyente de nuestros ombligos, pero jamás la piedad larga, la que se interesa por los otros, por el pueblo anónimo, por los actores de la tragedia verdadera, por ese algo que nos llama exigiéndonos que encontremos el pasadizo a ese otro mundo que quisiéramos volverlo ajeno.
Como dice Quimbando, somos el río detenido de nuestra memoria fragmentada. Afuera está el olor de la patria escondida.
Quimbando ha transitado hasta hoy varios caminos: un folklore armónicamente novedoso, una bossa nova precisa y perfecta, un poema musical como ese Detalle de un dibujo infantil que quisiera escuchar en la cuna de mi tercera infancia, una fusión de funk y jazz y trova en una propuesta musical madura en el mejor de los sentidos, es decir, de paladar abierto y capaz de disfrutar de todos los sabores musicales. Pero la excelencia musical de Quimbando se complementa en este álbum con la superación de una neurosis, la neurosis de creer que somos un país moderno y capitalista, y una democracia americana, suiza o inglesa, cuando entre nosotros conviven todos los tiempos, y cuando nosotros mismos reconocemos en nuestra conducta diaria pulsiones prerracionales, premodernas, precapitalistas, prehispánicas y muchos otros pre. Esos pre que nos devuelven la conciencia de pertenecer a un país extremadamente diverso y vital en busca de un futuro luminoso, que no está a la vuelta de la esquina, pero cada día estará más próximo si nos reconocemos como realmente somos.
Me despido con una frase nunca más apropiada: ¡Buenas gracias y muchas noches
Ramón Rocha
* Ramón Rocha Monroy (Cochabamba, Bolivia 1950 ), es escritor, periodista, gastrónomo, diplomático e investigador. Fue Viceministro de Cultura en 1999. Docente universitario, Licenciado en Derecho pertenece a la nueva generación de narradores bolivianos.
Ha trabajado en el campo de las letras bolivianas por más de 30 años. Con el seudónimo de "Ojo de Vidrio" ha publicado numerosas columnas en diversos diarios nacionales a lo largo de los años, constituyéndose en uno de los más reconocidos literatos de su generación.
Ha trabajado en el campo de las letras bolivianas por más de 30 años. Con el seudónimo de "Ojo de Vidrio" ha publicado numerosas columnas en diversos diarios nacionales a lo largo de los años, constituyéndose en uno de los más reconocidos literatos de su generación.
1 comentario:
Queremos agradecer al maestro Ramón Rocha estas bellas palabras en la apertura de la presentación de "Apaguen la luz..." Un honor enorme es tenerlo como compañero y maestro en esta carrera del arte.
Gran abrazo.
Quimbando
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